sábado, 31 de julio de 2010

Rabieta neonazi: prohiben los toros

El exabrupto de prohibir los toros por la rabieta de algunos catalanes con ínfulas neonazis, flaco favor les hace, porque les desvela como xenófobos trasnochados.

En efecto: la cultura nazi se caracterizaba esencialmente por su endogamia furibunda, que pretendían a base de prohibir, y aun ‘exterminar’, todo y a todos los que no fueran ellos y de ellos mismos. Es la típica postura de quien tiene conciencia de su inferioridad, y que quiere ocultar, ‘sublimar’ diríamos en términos psiquiátricos, haciendo gala de todo lo contrario: de tiranía con la que aniquilar a todos y a todo lo ajeno.

Así, cuanto más triste provinciano, localista, encerrado en su parcelilla de tres al cuarto se es,… más quiere uno erigirse en ‘ombligo del mundo’, creerse un diosecillo supremo que sólo él se lo guise para sólo él comérselo, y que se encela con la paranoia de destacar gracias a haber machacado, abajado (pues se sabe incapaz de competir de otro modo), al resto del mundo…

La expresión más tristemente célebre de esta tipología fue Hitler, personaje débil, inseguro, enfermizo, secretamente afeminado,… que quiso encubrir su parva y hasta patética realidad lanzando soflamas a ingenuos a quienes enfervorizar para sumergirse así en esa muchedumbre de exaltados y esconderse entre ella. Y olvidar así su propia miserable condición y el propio repudio que sentía hacia sí mismo…

Y algo, o mucho, de esto nos recuerda la postura de algunos catalanes que, a fuer de anclados en prehistóricos sentimientos tribales, quieren arrasar toda expresión cultural que no sea la que a ellos les plazca, y se apuntan a la loca carrera de prohibir y de perseguir, como hacía el nazismo, todo y a todos cuantos no exhiban la pureza de un pedigrí suicidamente endogámico…

Porque si de defensa del animal se tratase, combátase, lo primero, los “correbous”, festejos con reses emboladas con fuego: donde el animal es vejado y agredido, indefenso y hasta su extenuación, con la fuerza bruta, pura y dura, y la burla denigrante.

Pero las corridas de toros son muy diferentes. Son un duelo “de honor” entre el morlaco y el maestro: de poder a poder, de tú a tú. Donde la fiereza del astado ha de ser doblegada mediante el ingenio, la finura, la templanza, la valentía y el arte del torero. Y donde aquél siempre puede empitonar y sólo humilla y obedece, hasta entregarse, ante la mayor valía y sabiduría de un Homo sapiens.

Sólo la suerte de varas, y tal como se ejecuta hoy, nos merece reprobación. Porque, en ella, la mayor casta del toro cuando se encela con el caballo, en vez de premiarse (como debiera), se aprovecha para sangrarle y castigarle muchas veces abusivamente. Y eso es injusto.
Esta parte de la lidia creemos que debería cambiarse. Por ejemplo, por una secuencia de toreo ecuestre en el que se le prendiesen rejones que le ahormasen en la medida que las puyas pretenden. Pero manteniendo en todo momento el carácter de duelo a la par, y la exigencia de maestría, coraje y arte.

Pero ¿prohibir “la Fiesta”? Como digo, más bien nos recuerda la rabieta neonazi de un dictador de pacotilla que emula aventajadamente los exterminios de aquel “Fahrenheit”
peliculero donde, por decreto, se arrasaba con toda biblioteca… por el temor del tirano a perder sus privilegios…

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